VOLEIBOL SIN LÍMITES. UN LEGADO DE CONTINUIDAD.

El voleibol nació el 9 de febrero de 1895 en Estados Unidos, creado por William G. Morgan, instructor de educación física de la YMCA (Asociación Cristiana de Jóvenes). Morgan buscaba un deporte menos agresivo que el baloncesto, pero que permitiera actividad física, trabajo en equipo y diversión. Inicialmente lo llamó “mintonette”, y combinaba elementos del baloncesto, tenis, béisbol y balonmano. Con el paso del tiempo, el juego empezó a popularizarse rápidamente.


Las primeras reglas oficiales se definieron en 1896, año en el que el nombre cambió a “volleyball” debido al movimiento constante del balón sobre la red. En las décadas siguientes, el deporte se expandió por América Latina, Asia y Europa, convirtiéndose en una práctica común en escuelas, clubes y centros comunitarios.

En 1947 se creó la Federación Internacional de Voleibol (FIVB), dando paso a torneos formales y campeonatos mundiales. El voleibol debutó como deporte olímpico en los Juegos Olímpicos de Tokio 1964, tanto en la rama masculina como femenina. Desde entonces, ha crecido hasta convertirse en uno de los deportes más practicados en el mundo.

Su desarrollo continúa, manteniéndose como un deporte accesible, formativo y emocionante para todas las edades. Un claro ejemplo de esta continuidad es el Festival Madre Encarnación Rosal, un evento deportivo realizado en nuestro colegio donde el voleibol brilló como una disciplina de integración, respeto y sana competencia.


En esta jornada participaron colegios invitados como El Jorge Isaac, El Virrey Solís y el Divino Amor, además de nuestra institución, el Colegio Sagrado Corazón de Jesús Hermanas Bethlemitas, fortaleciendo los lazos deportivos y promoviendo la participación activa de los estudiantes en un ambiente de alegría y compañerismo.




El voleibol desarrolla en quienes lo practican un profundo sentido de cooperación. Cada jugada requiere confianza en los compañeros, atención al movimiento del equipo y disposición para apoyar en todo momento. Esto convierte al deporte en un espacio donde se aprende a escuchar, a respetar los roles y a valorar el esfuerzo colectivo por encima del individual.

Además, el voleibol impulsa la disciplina personal y la constancia. La mejora técnica, el dominio de los fundamentos y el fortalecimiento físico son procesos que requieren práctica continua y compromiso. En este camino, los jugadores descubren la importancia de la perseverancia, del esfuerzo sostenido y de la superación personal como pilares para alcanzar sus metas.

En el ámbito emocional, este deporte contribuye al bienestar mental al permitir liberar tensiones, mejorar el estado de ánimo y generar un sentido de pertenencia. Los entrenamientos y encuentros deportivos se convierten en un espacio seguro donde los estudiantes encuentran apoyo, amistad y motivación, fortaleciendo así su autoestima y seguridad.

Finalmente, el voleibol acompaña a las personas más allá de su etapa escolar, dejando aprendizajes que perduran en su vida adulta. Los valores adquiridos como la responsabilidad, el respeto, la empatía y la resiliencia se convierten en herramientas fundamentales para enfrentar desafíos futuros. Por ello, este deporte no solo forma atletas, sino seres humanos íntegros capaces de construir relaciones sanas y contribuir positivamente a su comunidad.